1. Es difícil ubicarse en una determinada época histórica cuando se la está viviendo. Una muestra de esa dificultad es el uso de un procedimiento bastante habitual para caracterizar lo que se vive: proyectar las experiencias. Se dice en esos casos que se ve la foto pero no la película. Es cierto que estas tres décadas –los ’80, ’90 y ’00- fueron en apariencia difusas; una serie de acontecimientos “secundarios” no pocas veces ocuparon las primeras planas de la realidad en el lugar de los hechos sustantivos, estratégicos, aunque estos no deslumbraran por su presencia, como veremos en este curso. Ahora se ve que un hilo en ese momento invisible guiaba a las élites en su relación con la marcha general de los procesos más allá de los vaivenes cotidianos. No existía (¿existe ahora?) un marco teórico de la suficiente potencia como para separar lo fundamental de lo accesorio. Un barco que se dirige a un puerto determinado y en el camino se ve obligado a atravesar todo tipo de tempestades nunca deja de dirigirse a destino aunque en un momento dado su proa pueda apuntar para otro lado. Los últimos 30 años tuvieron una dirección y un sentido determinado más allá de sus ocurrencias algunas de ellas inconcebibles aun para las mentes más fantasiosas. Lo que nos lleva a decir que la realidad, como la cebolla, se conforma con distintos niveles y no siempre es inducible el todo desde la parte ni es posible ver el bosque si hay un árbol que nos lo está impidiendo.
2. Los foros que reunieron en los setenta a las élites del mundo desarrollado tuvieron un carácter estratégico; se discutió sobre las grandes líneas para el mediano plazo pero luego se dejó que cada país continuara con su dinámica, con la recomendación expresa de que “cuando sea posible alcanzar los resultados deseados a través de una marco de normas acordado, las funciones de administración operacional y de toma de decisiones deberían ser dejadas a unidades de gobiernos nacionales o, aún, más pequeñas”[1], una evidencia indisimulable del lugar desde el que se hablaba. Esto no debe ser interpretado como que cada uno de los eventos fuera producto de una construcción; ni falta que hizo. Con solo dejar libradas a su propia dinámica las tendencias incubadas en la escena internacional y más aún dentro de los países, los procesos se iban a ir acomodando motorizados por las pulsiones relacionadas al desmonte que devenía necesario para dejar la cancha libre a la proyección de los consensos, es decir, el despliegue de la globalización. Claramente eso ocurrió, por tomar dos casos, con las reformas llamadas neo conservadoras y a principios de los noventa con el Consenso de Washington o, enfrente, con la implosión de
3. En el caso del capitalismo, las reformas de tono neo conservador que tuvieron lugar primero en los países desarrollados y luego en los ahora llamados emergentes, como el nuestro, estuvieron a la luz del día. En ese caso las dificultades de percepción tuvieron otro origen. Tal vez por haber sido contextualizada más desde el punto de visto político o económico, las acciones que se iban sucediendo consecuencia de un enfoque claramente ideológico, no fueron calibradas en su verdades función destructiva/transformadora cuyos impactos, de gran trascendencia en la reformulación del capitalismo, solo han sido superadas (y completadas) con las adoptadas para la gestión de la crisis en curso. Sin duda, ahora aparece más claro, hubo una notoria carencia en materia de enfoques en los sectores progresistas para seguir los procesos y las transformaciones que se iban produciendo, sobre todo en los Estados Unidos. El paso de la fase imperialista, con un breve escala por la fase transnacional, para llegar a la globalización de los países desarrollados –que en EEUU se está completando en forma inexorable en la presente crisis y con la gestión de Obama- fue seguida sin ver suficientemente la riqueza de los matices de esos procesos transformadores del viejo régimen. Hubo de caer Wall Street y quebrar
4. Otro de los eventos destacados de la época fue la implosión de
5. Con la muerte de Brezhnev en 1982 comenzó a desmoronarse la denominada gerontocracia soviética; nuevos aires por los pasillos del Kremlin –iniciada como una suave brisa devenida prontamente en vendaval- contribuyeron a despejar las brumas del conservadurismo que asfixiaban al régimen. Fueron cobrando protagonismo sectores renovadores que -ahora se puede ver- sintonizaban con los influjos de igual sentido que hemos visto estaban en pleno auge entre las élites del capitalismo. La sincronía (como con Deng Xiaoping en China unos pocos años antes) es nítida en el caso de Gorbachov; sus propuestas de Perestroika y Glasnost se orientaban a la remoción de los cimientos del régimen soviético. De ahí hasta el final fue un viaje sin escalas. La caída del muro de Berlín y la implosión de
6. La posibilidad de erradicar definitivamente los grandes conflictos, los que solo pueden tener lugar entre los países más poderosos, supuso una situación tan impensada que han pasado muchos años desde el inicio de la era de la paz perpetua sin que aún se tenga una verdadera noción de sus significados. La paz ya no debería tener una definición negativa referida a la ausencia de la guerra a pesar de que la nueva situación aún no es identificada por una consigna creíble y aceptada comúnmente. Sin embargo, la historia avanza. Se ha detenido la carrera armamentista; se despliegan los procesos de desarme, sobre todo atómico que es el que interesa inicialmente. Tal vez el último conflicto real fue la guerra de Vietnam finalizada en 1975. Se han dado luego algunas guerras locales, incluso muy sangrientas como las de los Balcanes, intervenciones mediáticas o no justificadas, como las de EEUU y otros países en IRAQ (un trágico papelón) y Afganistán, acciones antiguerrilleras en Colombia y Rusia, las alharacas chavistas, la intervención de las fuerzas armadas en golpes de estado africanos (un reloj atrasado), etcétera, que no alcanzan a hacer perder de vista lo sustantivo: raudamente los ejércitos de todo el mundo pierden sentido histórico[2].
7. El Consenso de Washington (CW) contuvo un conjunto de propuestas de políticas económicas elaboradas durante los años 1990 que los países latinoamericanos debían aplicar para impulsar el crecimiento. Sus “recomendaciones” fueron las siguientes:
1. Disciplina fiscal
2. Reordenamiento de las prioridades del gasto público
3. Reforma Impositiva
4. Liberalización de las tasas de interés
5. Una tasa de cambio competitiva
6. Liberalización del comercio internacional
7. Liberalización de la entrada de inversiones extranjeras directas
8. Privatización
9. Desregulación
10. Derechos de propiedad
Cuando se hace referencia a la capital norteamericana, debe entenderse el conjunto de organismos nacionales, internacionales y no gubernamentales que tienen su sede en esa ciudad: organismos financieros como el FMI y el Banco Mundial, el Congreso de los EEUU, la Reserva Federal, los altos cargos de la administración y las fundaciones e institutos de expertos económicos y de otras disciplinas. El CW fue rápidamente identificado con el neoliberalismo. Entre sus críticos se destacaron Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía 2001 y ex vicepresidente del Banco Mundial, Noam Chomsky, Naomi Klein y otras destacadísimos personalidades del progresismo boreal que veían en él un medio para abrir el mercado laboral de las economías del mundo subdesarrollado a la explotación por parte de compañías del primer mundo. Una definición precisa nos dice que las críticas, que provienen desde la antiglobalización hasta del mismo liberalismo económico, argumentan además que los países del primer mundo imponen las políticas del Consenso de Washington sobre los países de economías débiles mediante una serie de organizaciones burocráticas supra estatales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional además de ejercer presión política y extorsión. Se argumenta además, de forma muy generalizada, que el Consenso de Washington no ha producido ninguna expansión económica significativa en Latinoamérica, y sí en cambio algunas crisis económicas severas y la acumulación de deuda externa que mantiene a estos países anclados al mundo subdesarrollado.
8. Si como hemos dicho la realidad tiene niveles, todo lo que se dijo (y se sigue diciendo) sobre el CW es verídico. Desmanteló el estado de bienestar, se produjeron privatizaciones, eliminación de regulaciones, apertura de las economías; todo con altos costos que todavía se siguen pagando. Sin embargo, desde otro nivel, el CW también debe ser considerado desde el punto de vista de la marcha de la globalización. Acudamos a una metáfora: el reciclaje de una casa chorizo. El arquitecto toma nota de la obra existente, y a pedido del comitente diseña el proyecto en el AutoCAD y le muestra una representación 3D. Una parte importante del proyecto es demoler algunas partes de la obra existente. Si alguien pasa y ve a los albañiles volteando paredes sin conocer el proyecto, pensará que eso es una demolición lo que es totalmente cierto aunque ello sea solo un paso en la marcha hacia el logro de los objetivos finales del proyecto. Sin entrar en ninguna consideración de valor, una economía no puede globalizarse sin el desmonte parcial de las estructuras socioeconómicas y culturales construidas durante la vigencia del estadonación. Esa acción, que en nuestro país estuvo a cargo del menemismo, tiene profundas connotaciones políticas y en la mayoría de los casos de otros órdenes de la vida social lo que acarreó consecuencias que afectaron a gran parte de la población. En todos estos años, el CW fue blanco de condenas políticas por parte de gran parte del arco político sobre todo el que va desde el centro hacia la izquierda. Como hemos dicho, por falta de un marco teórico adecuado, aún sin pretender ubicarlo en la disyuntiva de una aprobación o rechazo, el CW no fue visto en el contexto en el que se desplegaba, lo cual fue un obstáculo para diseñar una estrategia política. Para contribuir a esa falta de precisión el premier Brown con motivo de la realización de la reunión del G 20 el 2 de abril de 2009 expresó "se terminó el viejo Consenso de Washington… hemos logrado un nuevo consenso de que haremos lo necesario para restablecer el crecimiento y el empleo, y evitar que una crisis de este tipo se repita nuevamente”, lo que era una parte pero no toda la verdad.
9. El verdadero triunfador en la dura puja ideológica que tuvo lugar a lo largo del siglo XX fue la socialdemocracia, en particular, la europea. A diferencia de los países de economía centralizada, gobernados por partidos comunistas, los socialdemócratas han sabido combinar los principios del socialismo que asumieron desde sus inicios, y que les dieron identidad, con el funcionamiento del mercado[3]; para ello se han apoyado en la idea de que no existe un conflicto entre la economía capitalista y una sociedad de bienestar en tanto el estado posea atribuciones suficientes para garantizar a los ciudadanos una debida protección social así como el rol de regulación de la actividad económica (pruritos que han disminuido drásticamente en el marco de la presente crisis mundial como hemos visto en el Módulo A de este curso). En ese sentido, la noción de mercado juega un papel fundamental, ya sea en condiciones de escasez (como en la época de Adam Smith, siglo XVIII) o de abundancia (como el presente, luego de
10. China es un caso emblemático en la globalización productiva. Todo comenzó inocentemente con unos partidos de ping pong entre jugadores norteamericanos y los imbatibles chinos en ese juego. Corría el año 1972. Tanto en Estados Unidos como en Europa ya no se notaban los signos de la recuperación de posguerra; esos que levantaron los ánimos en las reuniones de los foros de consenso de los setenta que como hemos visto en el módulo anterior se proponían encontrar la forma de aprovechar las ventajas inocultables que iba logrando el capitalismo para modelar el mundo del futuro a su gusto y paladar. Las élites imaginaban para ello transitar caminos inéditos, por ejemplo, la finalización de la guerra de Vietnam aun a costa de una derrota oprobiosa como ocurrió en 1975. O iniciar negociaciones con China conociendo la existencia de tendencias renovadoras en el sistema socialista en condiciones de emerger luego de la muerte de Mao y Chou, como la que luego corporizó Deng Xiaoping. Por cierto no eran los líderes norteamericanos de ese momento de los que uno podía esperar movidas tan audaces; sin embargo, así ocurrió. Fueron Nixon y su astuto secretario de estado, Henry Kissinger, uno de los titiriteros de la globalización, los encargados de romper el hielo que había congelado las relaciones chino norteamericanas desde la revolución maoísta de 1959. ¿Cuáles eran los motivos más profundos para intentar una movida de esas características tan originales? Dos básicamente: el gigante mercado chino, un bocado apetecible para una capacidad productiva del capitalismo que ya se mostraba capaz de sortear las limitaciones propias del mundo de la escasez y, la otra, la posibilidad de actuar según una ley de la globalización aún no formulada: la pulsión descentralizadora con respecto a la producción de menor valor agregado (o mayor poder contaminante) lo más lejos posible de los núcleos de la innovación. Las potencialidades del mercado laboral chino, disciplinado por el comunismo de guerra, permitía iniciar uno de los movimientos más gigantescos que ha emprendido el ser humano: la masiva traslación de la capacidad productiva de tecnologías medias y bajas de occidente hacia el oriente. La movida que ya lleva 30 años, y que no amenaza con detenerse, despobló literalmente el universo productivo norteamericano de aquellas producciones que lo habían caracterizado tradicionalmente. Contrario sensu, el fenómeno, que también fue involucrando a Europa, provocó un efecto sincrónico de vasto alcance: el crecimiento chino a “tasas chinas”, de dos dígitos, que se viene dando desde ese momento, y la reconversión de los sistemas productivos norteamericano y europeo para concentrarse en la crema de las ramas de mayor poder innovativo y valor agregado en signo y símbolo. Acudiendo nuevamente a la metáfora de la piedra y el estanque, en un movimiento de vivo dinamismo, el operativo ya había sido ensayado en las tres décadas posteriores a la posguerra, primero con Japón y luego con los llamados dragones o tigres de oriente (Hong Kong, Taiwán, Singapur y Corea del Sur) y los “pequeños dragones” (Malasia, Indonesia, Tailandia y Filipinas). A ellos se sumaría luego la perla del desaparecido colonialismo francés, Vietnam, un pueblo tan aguerrido y valiente como cultivado en las mejores tradiciones de su ex metrópoli, que está creciendo a paso redoblado. Muchas de las cosas que se oyen en estos días sobre las dificultades de las relaciones con China parecen un revival de las que se escuchaban con relación al Japón en las décadas de los sesenta y setenta el que hoy, devenido en un juicioso país desarrollado, ocupa un cómodo segundo lugar en el ranking del PBI. Sobre China hoy se dicen muchas cosas, la mayoría de ellas verdadera exageraciones, que pueden ser creíbles solo viendo la foto de los diarios sin tener en cuenta el largometraje de su gestación como potencia industrial.
11. Uno de los aspectos destacadas del período fue la coincidencia de las características de los procesos económicos y políticos, lo que permitía conjeturar que se entraba en procesos de simultaneidad derivados de una situación que en forma más o menos directa era condicionada por los influjos de un logicial de consensos, como los que según la hipótesis de este curso comenzaron a darle su impronta a partir de los setenta tanto a la situación internacional como la de adentro de los países. El caso más cercano es el que
12. El desmonte del viejo estado y el reciclaje de sus instituciones es un objetivo de la globalización del cual no se salva ninguno de los países; esa operación de cirugía mayor, realizada a través de un tiempo prolongado, la mayoría de las veces se referencia al estado de bienestar, como veremos en nuestro caso. Pero también se puede dar de la forma contario, como actualmente en EEUU, donde lo que se está castigando es la prescindencia del estado, como se demuestra en la modificación del sistema de salud que acaba de implementar Obama. En este país, la caída de bancos de Wall Street y de
13. Otro aspecto característico de la actual situación, que se ha instalado en la cotidianeidad dando la sensación de las cosas siempre hubieron de ser así (como en realidad ocurre para más de una generación), es la globalización de las comunicaciones caracterizada por la transmisión en “tiempo real” de imágenes, datos, voz y palabras. Simplemente hay que haber vivido en una etapa previa -o sufrir los sinsabores y el desconcierto de un corte de luz- para tomar conciencia del significado de esos prodigios tecnológicos. Internet, ya plenamente desplegada en todos los rincones y con potencial acceso a todos los habitantes del planeta, más aún que otros bienes y servicios necesarios para la vida, es la metáfora de la globalización. Se han reducido las dimensiones del espacio, se precipita el tiempo, y se profundiza la complejidad del saber, todas variables que se despliegan a un nivel no solo no conocido antes sino ni siquiera imaginado por la mente más febril. Los cambios se dieron en todos los aspectos de la vida de las personas, las familias y los hogares. Por tomar algunos casos, la irrupción del celular y
14. Aunque todavía con ciertos retardos de implementación, el cambio de paradigma productivo y energético se fue abriendo paso raudamente en estos años. El primer gran shock fue como hemos visto con la crisis del petróleo en 1978. Pero eso marcó una tendencia que lejos de abandonarse se fortalece. En la presente crisis y los documentos de las reuniones del G20 como vimos en el módulo A, está plenamente abordada la problemática. No se puede obviar los profundos impactos sociales de esos cambios, aún en su etapa incipiente. No solo la pérdida de puestos de trabajo como consecuencia del necesario aumento de la productividad en las actividades económica y productivos para mantenerse y desarrollarse en mercados globalizados altamente competitivos, sino la pérdida de capacidades y aptitudes laborales que traen aparejados dichos procesos eufemísticamente llamados de “destrucción creadora”. Una institución de plena vigencia en esta época es de los llamados planes sociales con la intención de compensar los altos costos que se verificaban en la vida de las familias. El tema dio y sigue dando motivos para arduas discusiones.
15. De la amplia agenda que comprende el despliegue de la globalización, se destaca con perfiles propias por su vigencia y novedad, el del medio ambiente y dentro de este el del cambio climático. Como estamos viendo en este curso, el cambio climático es el aspecto de
[1] subrayado en el informe de Cooper et. al. que veremos exhaustivamente en el curso
[2] Una situación de relieves tragicómicos se produjo en estos días por la ocurrencia del presidente de Costa Rica de enviarle una carta al presidente Mujica donde le solicita que hagan lo mismo que ellos hicieron en 1948: disolver el ejército ya que, como se dice en la misiva, los uruguayos no corren ningún riesgo de ser invadidos ni por Brasil ni por Argentina. El exabrupto provocó una incómoda situación en el espectro político oriental lo que dio lugar a la airada reacción de blancos y colorados en resguardo de la soberanía uruguaya y una enérgica condena contra los intentos de entrometerse en los asuntos internos de otros estados; y, por parte del recién asumido presidente, una equívoca defensa de la institución armada justificada en la lucha contra la pobreza, el narcotráfico y el control de las fronteras.
[3] Por ser tan reciente y sorpresiva la definición de la puja, sobre todo por el desconcierto que generó sus resultados, y por la obcecación producto en algunos casos de la ignorancia y en otros del fanatismo ideológico que nunca faltan en la actividad política, lo cierto es que aún nos debemos una explicación creíble y de la suficiente complejidad en torno al fracaso del socialismo real. Obviamente, esa explicación debe superar lo estrictamente económico. Hay cuestiones de la diversidad y la pretensión del manejo centralizado de los asuntos inherentes al funcionamiento de las sociedades a los que el marxismo no supo dar una respuesta flexible y creadora. En las sociedades de la información que se iban abriendo paso, aún con restricciones de todo tipo, el dogmatismo inevitablemente comenzaba a resquebrajarse y preanunciar el final. Otro aspecto organizacional, abordable con las nociones de la dinámica de los sistemas, es la configuración del estado que, aun en los raros casos sin corrupción, debido a que el funcionamiento del estado no está en manos de los jugadores sociales más capaces (se puede pensar en la actitud y el espíritu de los “animales productivos”, los Messi de la actividad empresaria, capaces de encarar constantemente para triunfar o fracasar, que sin embargo tampoco han demostrado idoneidad cuando se ha hecho una transpolación mecánica de funciones), hay un problema de “3E” de creciente agravamiento que en un momento se hace intolerable y colapsa. Tema delicado; verlo con cuidado (en el estado hay gente capaz que no puede hacer nada, y mucha veces tampoco se lo propone por quedar aprisionada en la desidia propia del funcionamiento de estados sin “objeto”; tema que nos remite al rol del estado en cuanto a su autonomía y la representación de los intereses nacionales y populares-una noción totalmente agotada- o el intrínseco cipayismo de la dependencia, una noción también devaluada pero con menos esclarecimientos).
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